Publicado en ESADE.edu
/ en Expansión el 11 de junio de
2013
Por Robert Tornabell
Carrio, Professor emèrit del Departament d'Economia, Finances i
Comptabilitat
Si no fuera por las tragedias
del pueblo griego y de los países del sur de Europa, se diría que asistimos a
una película de Billy Wilder.
Un informe del FMI reconoce
errores en la gestión de la crisis de la deuda griega llevada a cabo por la
troika (FMI, Comisión Europea y BCE), sobre todo en tres aspectos: la excesiva
austeridad impuesta que elevó la recesión y el paro en Grecia al triple de lo
previsto, el retraso en la quita de la deuda que perjudicó al país heleno y la
no identificación por parte de la Comisión de reformas estructurales que
reactivaran el crecimiento.
En su réplica, el portavoz de
la Comisión considera adecuado el retraso de la quita, rechaza la objeción a
las reformas estructurales y calla respecto a la austeridad. Sólo el Comisario
Almunia admite posibles errores: "No se puede estar muy satisfecho"
con el rescate de Grecia, afirma, y apostilla: "Nadie es perfecto",
como en el final del film de Wilder.
La autocrítica del FMI no es
una trifulca más con la Comisión sino que apunta, en el fondo, a una serie de
reproches que suelen hacerse a los políticos de Bruselas: haber aplicado duras
e ineficaces políticas de austeridad, no haber sabido gestionar la crisis de
deuda, ser despiadados con países como Grecia o Portugal sacrificando a jubilados,
funcionarios o asalariados y primar en los rescates el interés de los
rescatadores.
Recordemos la historia,
separando la política fiscal aplicada y la gestión de la crisis de deuda.
Desde 2010, EEUU impulsó el
crecimiento; Europa se limitó a la consolidación fiscal. Los americanos
crecieron y redujeron su desempleo, aunque apenas disminuyeron el déficit.
En la zona euro estamos en la
segunda recesión y aumentando el desempleo, pero hemos bajado el déficit.
Nuestra mala situación no es fruto de la consolidación en sí sino de la forma
de aplicarla: la intensidad de la senda de reducción del déficit, la ausencia
de estímulos al crecimiento compatibles y la universalización de la contracción
a todos los países, sin exigir políticas expansivas a Alemania como pidió el
FMI.
Esta política, con unos
multiplicadores fiscales tres veces superiores a los previstos, profundizó la
recesión e impidió a muchos países lograr los objetivos de déficit.
La gestión de la crisis de
deuda ha sido deplorable y no sólo en el caso griego. Tras un euro mal diseñado
por no ser Europa una zona monetaria óptima y no disponer de una política
fiscal común, las autoridades de Bruselas, con la presión alemana detrás, no
instrumentaron los mecanismos para atajar el contagio de la crisis griega.
No crearon los Fondos
suficientes para apoyar a los países en dificultades, no permitieron al BCE
intervenir en los mercados para moderar las primas de riesgo, no aceleraron la
integración fiscal que permitiera mutualizar la deuda ni impulsaron con eficacia
la unión bancaria.
Además, la fórmula de los
rescates, como en el caso griego, fue desafortunada: al tiempo que se otorgaba
un préstamo, se imponían duros ajustes que intensificaban la recesión e
impedían la propia devolución del préstamo, originando un círculo vicioso de
exigencia de nuevos préstamos y aumentos indefinidos de deuda.
Por otro lado, se retrasó
indebidamente la quita de la deuda griega para no perjudicar a sus principales
tenedores, Alemania y Francia.
Bruselas acaba de enterarse,
parece, de lo perniciosa que ha sido su contracción fiscal. Su respuesta: una
suavización de la senda de reducción del déficit -que, aún así, sigue siendo
contractiva- y un tímido plan de empleo juvenil.
Pero nada de lo importante:
estimular al crecimiento, flexibilizar la actuación del BCE o facilitar los
flujos de crédito. Sigue imponiéndose la Europa Alemana.
Una Alemania, obsesionada con
una inflación inexistente, obstinada en la austeridad, radicalmente opuesta a
expandir su economía y contraria a una auténtica unión bancaria que pueda
destapar los problemas de su banca pública, algunos de los Landesbanken que
gestionan la liquidez de las Cajas, por sí solas solventes y eficaces.
¿En manos de quién estamos?
¿En manos de quién está la
Unión Europea?: de incompetentes y defensores de sus propios intereses. ¿A
quién hay que pedir responsabilidades sobre los errores cometidos? ¿Y en el
caso español?
Desde mayo de 2010 y
especialmente en el último año y medio, nuestros políticos, rendidos a las
exigencias de Bruselas, aplicaron durísimas e indiscriminadas restricciones al
gasto, no incentivaron el crecimiento, hicieron reformas laborales que
amplifican el paro y financieras insuficientes e inciertas.
Sin duda nadie es perfecto,
pero los errores y los intereses de los burócratas, los políticos y los
poderosos los estamos pagando todos, especialmente los más desprotegidos.
Para
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